Discurso del presidente Lula en el prelanzamiento de la Alianza Global contra el Hambre y la Pobreza
Participar en esta reunión ministerial de la Fuerza de Tarea, que sienta las bases para la Alianza contra el Hambre y la Pobreza, es uno de los momentos más importantes de los 18 meses de mi tercer mandato.
En este espacio tan simbólico el - Galpão da Cidadania - damos un paso decisivo para volver a situar este tema en el centro de la agenda internacional de una vez por todas.
A lo largo de los siglos, el hambre y la pobreza han estado rodeadas de prejuicios e intereses.
Muchos veían a los pobres como un "mal necesario" y mano de obra barata para producir la riqueza de las oligarquías.
Falsas teorías los consideraban responsables de su propia pobreza, atribuida a una indolencia innata, sin ninguna evidencia de ello.
Fueron ignorados por los gobernantes y por los sectores acaudalados.
Mantenidos al margen de la sociedad y del mercado.
Los que no pudieron incorporarse a la producción y el consumo siguen siendo vistos hoy como un estorbo.
En el mejor de los casos, se han convertido en objeto de medidas compensatorias paliativas.
En las últimas décadas, la globalización neoliberal ha agravado esta situación.
Nunca tantos tuvieron tan poco y tan pocos concentraron tanta riqueza.
En pleno siglo XXI, nada es tan absurdo e inaceptable como la persistencia del hambre y de la pobreza, cuando disponemos de tanta abundancia, de tantos recursos científicos y tecnológicos y de la revolución de la inteligencia artificial.
Es una constatación que pesa sobre nuestras conciencias.
No hay tema más actual y más desafiante para la humanidad.
No podemos naturalizar tales disparidades.
El hambre es la más degradante de las privaciones humanas. Es un ataque a la vida, una agresión a la libertad.
El hambre, como decía el gran científico social brasileño Josué de Castro, "es la expresión biológica de los males sociales".
Los datos publicados hoy por la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) sobre el estado de la inseguridad alimentaria en el mundo son aterradores.
La pobreza extrema aumentó por primera vez en décadas.
El número de personas que pasan hambre en el planeta ha aumentado en más de 152 millones desde 2019.
Esto significa que el 9% de la población mundial (733 millones de personas) está subnutrida.
El problema es especialmente grave en África y Asia, pero también persiste en partes de América Latina.
Incluso en los países ricos, el apartheid nutricional va en aumento, con la pobreza alimentaria y la epidemia de obesidad.
En 2023, el 29% de la población mundial (2,3 mil millones de personas) sufría restricciones alimentarias de grado moderado o severo.
El hambre tiene cara de mujer y voz de niño.
Aunque ellas preparen la mayoría de las comidas y cultiven gran parte de los alimentos, las mujeres y las niñas constituyen la mayoría de las personas que están en situación de hambre en el mundo.
Muchas mujeres son jefas de familia, pero ganan menos.
Trabajan más en el sector informal, se dedican más a los cuidados no remunerados y tienen menos acceso a la tierra que los hombres.
La discriminación étnica, racial y geográfica también agrava el hambre y la pobreza entre las poblaciones afrodescendientes, los pueblos indígenas y las comunidades tradicionales.
Las crisis recurrentes y simultáneas agravan esta situación.
La pandemia de la Covid-19 incrementó drásticamente la subnutrición, y estos altos niveles permanecen inalterados.
Los conflictos armados interrumpen la producción y distribución de alimentos e insumos, lo que contribuye al aumento de los precios.
Los fenómenos climáticos extremos se cobran vidas, devastan cultivos e infraestructuras.
Los subsidios agrícolas en los países ricos solapan la agricultura familiar en el Sur Global.
El proteccionismo discrimina los productos de los países en desarrollo.
Pero el hambre no es solo el resultado de factores externos.
Se deriva sobre todo de las decisiones políticas.
Hoy en día el mundo produce alimentos más que suficientes para erradicarla.
Lo que falta es crear las condiciones de acceso a los alimentos.
Mientras tanto, el gasto en armamento aumentó un 7% el año pasado, alcanzando los USD 2,4 billones.
Invertir esta lógica es un imperativo moral, de justicia social, pero también es esencial para el desarrollo sostenible.
En Brasil, luchamos contra el hambre mediante un nuevo contrato social que sitúa al ser humano en el centro de la acción gubernamental.
Retomamos las políticas de aumento del salario mínimo, erradicación del trabajo infantil y lucha contra las formas contemporáneas de esclavitud.
Tenemos una política sólida de generación de puestos de trabajo formales. El desempleo es el más bajo de la última década.
Aprobamos una ley sobre igualdad de remuneración para hombres y mujeres.
Formulamos un Plan Nacional de Cuidados que tiene en cuenta las desigualdades de clase, género, raza, edad, discapacidades y territorios, con especial atención a los trabajadores y las trabajadoras domésticos.
Programas como el Bolsa Família, la Adquisición de Alimentos y la Alimentación Escolar permiten que lleguen comidas sanas a los más vulnerables, que se estimule la producción agrícola y que se promueva el desarrollo local.
La agricultura familiar es un componente esencial de esta estrategia. Hay casi 5 millones de propiedades rurales de una extensión que llega a las 100 hectáreas, que producen una parte importante de los alimentos que se consumen en el país.
En resumen, tomamos la decisión política de incluir a los pobres en el presupuesto.
Como resultado, tan solo en 2023 sacamos a 24,4 millones de personas de la situación de inseguridad alimentaria severa.
Todavía tenemos más de 8 millones de brasileños en esta situación.
Este es el compromiso más urgente de mi gobierno: acabar con el hambre en Brasil, como lo hicimos en 2014.
Mi amigo, el director general de la FAO, puede prepararse para anunciar muy pronto que Brasil vuelve a estar fuera del Mapa del Hambre.
Señoras y señores,
La Alianza Global contra el Hambre y la Pobreza nace de este impulso político y de este espíritu de solidaridad.
Será uno de los principales resultados de la presidencia brasileña del G20.
Su objetivo es renovar el impulso de las iniciativas existentes, alineando los esfuerzos a escala nacional e internacional.
Queremos encarrilar de nuevo los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
En 2008, el G20 fue decisivo para evitar el colapso de la economía internacional.
Ahora, los líderes mundiales tienen ante sí la oportunidad de responder a este otro desafío sistémico.
Necesitamos soluciones duraderas, y debemos pensar y actuar juntos.
La Alianza representa una estrategia para alcanzar la ciudadanía.
La mejor manera de llevarla a cabo es promover la coordinación de todos los agentes pertinentes.
Para ello, hemos reunido los dos canales, de Finanzas y de Sherpas, en esta Fuerza de Tarea.
Es gratificante ver hoy aquí a ministros de treinta países miembros e invitados, junto con organizaciones internacionales y bancos de desarrollo.
El papel de las Naciones Unidas y, en particular, de la FAO, del FIDA (Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola) y del Programa Mundial de Alimentos será decisivo.
Vamos a seguir dialogando con los gobernadores, los alcaldes, la sociedad civil y el sector privado.
Nuestra mejor herramienta será compartir políticas públicas efectivas.
Muchos países también han tenido éxito en la lucha contra el hambre y la promoción de la agricultura, y queremos que estos ejemplos se conozcan y se utilicen.
Aprovecharemos estas experiencias y el conocimiento acumulado y ampliaremos el alcance de nuestros esfuerzos.
Ningún programa va a transponerse mecánicamente de un lugar a otro.
Vamos a sistematizar y ofrecer un conjunto de proyectos que puedan adaptarse a las realidades específicas de cada región.
Todas las adaptaciones e implementaciones tendrán que ser lideradas por los países receptores, porque cada país conoce sus problemas.
Deben ser los protagonistas de su éxito.
La Alianza será gestionada por un secretariado ubicado en las sedes de la FAO en Roma y en Brasilia.
Su estructura será pequeña, eficiente y provisional, estará dotada de personal especializado y funcionará hasta el 2030, fecha en la que será desactivada.
La mitad de sus costos correrán a cargo de Brasil. Quisiera expresar mi gratitud a los países que se han mostrado dispuestos a contribuir a este esfuerzo.
La Alianza tampoco creará nuevos fondos. Dirigiremos recursos globales y regionales que ya existen, pero están dispersos.
Acogemos con satisfacción los anuncios realizados hoy por el Banco Interamericano de Desarrollo y el Banco Africano de Desarrollo.
Ambas instituciones establecerán un mecanismo financiero innovador para el uso del capital híbrido de los Derechos Especiales de Giro en apoyo a la Alianza Global contra el Hambre y la Pobreza.
Es gratificante saber que la seguridad alimentaria será un tema central de la agenda estratégica del Banco Mundial en los próximos años y que la Asociación Internacional para el Desarrollo volverá a destinar capital para ayudar a los países más pobres.
Todos los que quieran unirse a este esfuerzo colectivo son bienvenidos.
La Alianza Global nació en el G20, pero está abierta al mundo.
Señoras y señores,
El 22 de julio de 1944, hace exactamente 80 años, finalizaba la Conferencia de Bretton Woods.
Desde entonces, la arquitectura financiera global ha cambiado poco y no se han sentado las bases de una nueva gobernanza económica.
La distorsionada representación en la dirección del FMI y el Banco Mundial es un obstáculo para hacer frente a los complejos problemas de la actualidad.
Sin una gobernanza más efectiva y justa, en la que el Sur Global esté adecuadamente representado, problemas como el hambre y la pobreza serán recurrentes.
Esta es otra prioridad de nuestra presidencia del G20.
Abordar la desigualdad también formará parte de este esfuerzo.
La riqueza de los multimillonarios ha pasado del 4% del PIB mundial a casi el 14% en las tres últimas décadas.
Algunos individuos controlan más recursos que países enteros. Otros tienen sus propios programas espaciales.
Numerosos países se enfrentan a un problema similar. En la cúspide de la pirámide, los sistemas tributarios dejan de ser progresivos para convertirse en regresivos.
Los superricos pagan proporcionalmente muchos menos impuestos que la clase trabajadora.
Para corregir esta anomalía, Brasil ha insistido en la cooperación internacional para desarrollar unas normas mínimas de tributación global, fortaleciendo las iniciativas existentes e incluyendo a los multimillonarios.
Junto con la Unión Africana, que participa por primera vez como miembro de pleno derecho del G20, hemos venido advirtiendo sobre el problema del endeudamiento.
Lo que vemos hoy es una absurda exportación neta de recursos de los países más pobres a los más ricos.
No se puede financiar el bienestar colectivo si una parte importante del presupuesto se dedica al servicio de la deuda.
El hambre y el cambio climático son dos flagelos que se agravan mutuamente.
Quienes sienten hambre tienen su existencia aprisionada en el dolor del presente. Se vuelven incapaces de pensar en el mañana.
Reducir las vulnerabilidades socioeconómicas allana el camino hacia una transición justa, crea resiliencia ante los fenómenos extremos y fortalece los esfuerzos contra el calentamiento global.
La transición energética y la descarbonización del planeta son oportunidades en esta lucha contra el hambre.
Señoras y señores,
El lema de la presidencia brasileña del G20 "Construyendo un Mundo Justo y un Planeta Sostenible" parece inalcanzable, pero hoy estamos dando un paso decisivo hacia su realización.
El hambre y la pobreza inhiben el pleno ejercicio de la ciudadanía y debilitan la propia democracia.
Su erradicación equivale a la verdadera emancipación política de millones de personas.
Mientras haya familias sin comida en la mesa, niños en la calle y jóvenes sin esperanza, no habrá paz.
Un mundo justo es aquel en el que las personas tienen acceso sin trabas a la alimentación, a la salud, a la vivienda, a la educación y a un empleo decente.
Estas son condiciones imprescindibles para construir sociedades prósperas, libres, democráticas y soberanas.
Espero volver a verlos en noviembre, aquí en Río de Janeiro, para la reunión de la Cumbre del G20.
Será una ocasión para lanzar oficialmente la Alianza Global y anunciar sus miembros fundadores.
Quiero decirles que cuento con todos ustedes para alcanzar el éxito, pero me gustaría terminar acuñando una frase que he intentado repetir en todas las reuniones en las que participo. Los economistas, los gobernantes, las personas que tienen poder de decisión, las personas que dirigen los bancos de inversión y los bancos que conceden préstamos tienen que entender una cosa: demasiado dinero en manos de muy pocas personas simboliza la miseria, simboliza la prostitución, simboliza el analfabetismo, simboliza el empobrecimiento y simboliza el hambre.
Ahora, lo contrario: poco dinero en manos de muchos significa exactamente lo contrario. Significa una sociedad próspera, una sociedad con empleos, una sociedad que consume y una sociedad que vive con decencia, ¿saben? Una ética que es imprescindible para la supervivencia humana.
Cuando digo esto, me emociono porque el hambre no es algo natural. El hambre es algo que requiere una decisión política. Los gobernantes no podemos solamente mirar todo el tiempo a los que tenemos cerca.
Tenemos que ser capaces de hacer una radiografía y mirar a los que están lejos, a los que no pueden acercarse a los palacios, a los que no pueden acercarse a los ministros. Los que no pueden llegar a una escuela, los que son víctimas de prejuicios todos los santos días.
A esta gente hay que mirarla. Y no es posible que, a mitad del siglo XXI, cuando ya estamos discutiendo sobre la inteligencia artificial sin poder consumir la inteligencia natural que todos tenemos, todavía estemos obligados a tener un debate, diciendo a nuestros líderes políticos de todo el mundo: "Por favor, miren a los pobres, porque son seres humanos. Son personas y quieren tener oportunidades".
Muchas gracias por su presencia. Muchas gracias.