Discurso del presidente Lula en la sesión de apertura de la Presidencia de la COP28
Una mujer africana, la keniana Wangari Maathai, vencedora del premio Nobel de la Paz, sintetizó bien el dilema de la humanidad en su relación con la naturaleza.
Ella expresó: “La generación que destruye el medio ambiente no es la generación que paga el precio”.
El Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático alertó que tenemos solamente hasta el fin de esta década para evitar que la temperatura global supere un grado y medio por encima de los niveles preindustriales.
El 2023 ya es el año más caliente de los últimos 125 mil años.
La humanidad sufre con sequías, inundaciones y olas de calor cada vez más extremas y frecuentes.
En el norte de Brasil, la Amazonia sufre una de las más trágicas sequías de su historia. En el sur, tempestades y ciclones dejan un rastro inédito de destrucción y muerte.
La ciencia y la realidad nos muestran que esta vez la factura llegó antes.
El planeta ya no espera para cobrarle a la próxima generación.
El planeta está harto de acuerdos climáticos incumplidos.
De metas de reducción de emisión de carbono abandonadas.
Del auxilio financiero a los países pobres que no llega.
De discursos elocuentes y vacíos.
Necesitamos actitudes concretas.
¿Cuántos líderes mundiales están de hecho comprometidos en salvar el planeta?
Tan solo el año pasado, el mundo gastó más de USD 2 billones y 224 millones en armas. Cuantía que podría ser invertida en el combate al hambre y en el enfrentamiento al cambio climático.
¿Cuántas toneladas de carbono son emitidas por los misiles que cruzan el cielo y caen sobre civiles inocentes, sobre todo niños y mujeres hambrientos?
La factura del cambio climático no es la misma para todos. Y le llegó primero a las poblaciones más pobres.
El 1% más rico del planeta emite el mismo volumen de carbono que el 66% de la población mundial.
Trabajadores del campo, cuyos cultivos de subsistencia son devastados por la sequía, ya no pueden alimentar a sus familias.
Habitantes de las periferias de las grandes ciudades, que pierden lo poco que tienen cuando la inundación arrastra todo: casas, muebles, mascotas y sus propios hijos.
La injusticia que penaliza a las generaciones más jóvenes es solamente una de las caras de las desigualdades que nos afligen.
El mundo naturalizó disparidades inaceptables de renta, género y raza.
No es posible enfrentar el cambio del clima sin combatir las desigualdades.
Quien pasa hambre tiene su existencia aprisionada en el dolor del presente. Y se vuelve incapaz de pensar en el mañana.
Reducir vulnerabilidades socioeconómicas significa construir resiliencia frente a eventos extremos.
Significa también tener condiciones de redirigir esfuerzos para la lucha contra el calentamiento global.
En el 2009, cuando participé en la COP15, en Copenhague, la arquitectura de la Convención del Clima estaba al borde del colapso.
Las negociaciones fracasaron y fue necesario un gran esfuerzo para recuperar la confianza y llegar al Acuerdo de París, en el 2015.
Al regresar a la presidencia de Brasil, constato que estamos, hoy, en una situación semejante.
El incumplimiento de los compromisos asumidos corroe la credibilidad del régimen.
Es necesario rescatar la creencia en el multilateralismo.
Es inexplicable que la ONU, a pesar de sus esfuerzos, se muestre incapaz de mantener la paz, simplemente porque algunos de sus miembros lucran con la guerra.
Es lamentable que acuerdos como el Protocolo de Kioto (1997) o los Acuerdos de París (2015) no sean implementados.
Los gobernantes no pueden eximirse de sus responsabilidades.
Ningún país resolverá sus problemas solo. Estamos todos obligados a actuar juntos más allá de nuestras fronteras.
Brasil está dispuesto a liderar por el ejemplo.
Ajustamos nuestras metas climáticas, que son hoy más ambiciosas que las de muchos países desarrollados.
Reducimos drásticamente la deforestación en la Amazonia y vamos a eliminarla antes del 2030.
Formulamos un plan de transformación ecológica, para promover la industrialización verde, la agricultura de bajo carbono y la bioeconomía.
Forjamos una visión común con los países amazónicos y creamos puentes con otros países poseedores de bosques tropicales.
El mundo ya está convencido del potencial de las energías renovables.
Es hora de enfrentar el debate sobre el ritmo lento de la descarbonización del planeta y trabajar por una economía menos dependiente de combustibles fósiles.
Tenemos que hacerlo de forma urgente y justa.
Vamos a trabajar de forma constructiva, con todos los países, para pavimentar el camino entre esta COP28 y la COP30, de la que seremos sede en el corazón de la Amazonia.
No existen dos planetas Tierra. Somos una única especie, llamada Humanidad.
Todos deseamos tornar al mundo capaz de acoger con dignidad a la totalidad de sus habitantes – y no solamente a una minoría privilegiada.
Como nos invita el Papa Francisco en la encíclica “Todos Hermanos”, debemos convivir en fraternidad.
Muchas gracias.