Discurso del presidente Lula durante la Sesión 2 - Una Familia, de la Cumbre del G20
Comparo el mundo a una gran familia, cuyo bienestar depende de la armonía entre sus miembros – que somos nosotros.
Me pregunto si estamos actuando como buenos hermanos. Y la respuesta, infelizmente, es NO.
Hablamos diferentes idiomas, y aún así somos capaces de entendernos perfectamente.
Tenemos diferentes personalidades, pero ello no nos impide de trabajar juntos por el bien común –y tomo como ejemplo esta Cumbre del G-20
A pesar de todos los esfuerzos, nuestra familia está cada vez más desunida. Lo que nos divide tiene nombre: es la desigualdad, y ella no para de crecer.
Hace dos siglos, la renta de los más ricos era 18 veces superior a la de los más pobres.
Hoy, en plena cuarta revolución industrial, la renta de los más ricos es 38 veces superior a la de los más pobres.
El 10 % más rico detiene el 76 % de la riqueza del planeta, mientras que el 50 % más pobre tiene solo el 2%.
De acuerdo con las Naciones Unidas, en el ritmo actual, cerca de 84 millones de niños estarán fuera de la escuela hasta 2030.
Necesitaremos casi 300 años para alcanzar la igualdad de género ante la ley.
Según la FAO, el hambre, afecta a más de 700 millones de personas en todo el mundo.
El mundo desaprendió a indignarse y normalizó lo inaceptable.
La creencia de que el crecimiento económico, por sí solo reduciría las disparidades se probó falsa.
Los recueros no llegaron a las manos de los más vulnerables.
El mercado continuó indiferente a la discriminación contra mujeres, minorías raciales, LGBTQI+ y personas discapacitadas.
La desigualdad no es un dato de la naturaleza. A ella se la construye socialmente.
Combatirla es una elección que tenemos que hacer todos los días.
La semana pasada, lanzamos el plan Brasil sin Hambre, que reunirá una serie de iniciativas para reducir la pobreza y la inseguridad alimentaria.
Garantizar oportunidades iguales para todos significa asegurar acceso a servicios básicos de calidad.
Significa formular políticas públicas que contribuyan para erradicar el racismo y el sexismo de nuestras prácticas sociales e institucionales.
En Brasil, volvimos obligatorio que hombres y mujeres que hacen el mismo trabajo reciban el mismo salario, Ese es un deseo antiguo de la OIT.
Como líderes de las veinte economías más grandes del mundo, es nuestro papel fortalecer la capacidad del Estado de cuidar a sus ciudadanos.
Es necesario colocar a los pobres en el presupuesto público.
Y hacer que los más ricos paguen impuestos proporcionales a sus patrimonios.
Las instituciones financiera internacionales deben funcionar a servicio del desarrollo, en vez de agravar el endeudamiento.
Se deben compartir nuevas tecnologías, en lugar de profundizar el foso digital entre las naciones.
La desigualdad es un flagelo que crece dentro de nuestros países, pero también entre ellos.
La disparidad de renta entre países ricos y pobres cuadruplicó entre el inicio del siglo diecinueve y el final del siglo veinte.
Las asimetrías se perpetuaron por nueva formas de dependencia económica y financiera, reglas e instituciones injustas, compromisos no cumplidos.
La Agenda 2030 prometía redefinir esa relación.
Es urgente rescatar el espíritu de solidaridad que anima los Objetivos de Desarrollo Sustentable, para que formulemos respuestas conjuntas a los desafíos económicos de nuestro tiempo.
Lanzaremos, en nuestra presidencia del G20, una Alianza Global contra el Hambre.
Esperamos contar con el apoyo y el compromiso de todos ustedes.
Para que construyamos un mundo cada vez menos desigual y más fraterno.
Y nos reconozcamos, de hecho, como una gran familia, que no deja a nadie hacia atrás.
Muchas gracias.