Discurso del presidente Luiz Inácio Lula da Silva en la inauguración de la 78ª Asamblea General de la ONU
Mis saludos al Presidente de la Asamblea General, Embajador Dennis Francis, de Trinidad y Tobago.
Es una satisfacción ser antecedido por el Secretario-General de las Naciones Unidas, António Guterres.
Saludo a cada uno de los Jefes de Estado y de Gobierno y delegadas y delegados presentes.
Presto mi homenaje a nuestro compatriota Sérgio Vieira de Mello y 21 otros funcionarios de esta Organización, víctimas del brutal atentado en Bagdad, hace 20 años.
Deseo igualmente expresar mis condolencias a las víctimas del terremoto en Marruecos y de las tempestades que afectaron a Libia.
Como lo que ocurrió recientemente en el estado de Río Grande do Sul en mi país, estas tragedias cuestan vidas y causan pérdidas irreparables.
Nuestros pensamientos y oraciones están con todas las víctimas y sus familiares.
Señoras y Señores
Hace veinte años, ocupé esta tribuna por primera vez.
Y dije, en aquel 23 de septiembre de 2003:
"Que mis primeras palabras ante este Parlamento Mundial sean de confianza en la capacidad humana de vencer desafíos y evolucionar para formas superiores de convivencia”
Vuelvo hoy para decir que mantengo mi inquebrantable confianza en la humanidad.
En aquella época, el mundo aún no se había dado cuenta de la gravedad de la crisis climática.
Hoy, ella golpea nuestras puertas, destruye nuestras casas, nuestras ciudades, nuestros países, mata e impone pérdidas y sufrimientos a nuestros hermanos, sobre todo los más pobres.
El hambre, tema central de mi discurso en este Parlamento Mundial 20 años atrás, afecta hoy a 735 millones de seres humanos, que se van a dormir esta noche sin saber si tendrán qué comer mañana.
El mundo está cada vez más desigual.
Los 10 mayores millonarios poseen más riqueza que el 40% más pobres de la humanidad.
El destino de cada niño que nace en este planeta parece trazado ya en el vientre de su madre.
La parte del mundo en que viven sus padres y la clase social a la cual pertenece su familia determinarán si ese niño tendrá o no oportunidades a lo largo de su vida.
Si comerá todas sus comidas o si le será negado el derecho de desayunar, almorzar y cenar diariamente.
Si tendrá acceso a la salud, o si sucumbirá a enfermedades que ya podrían haber sido erradicadas.
Si completará sus estudios y conseguirá un empleo de calidad, o si formará parte de la legión de desempleados, subempleados y desalentados que no para de crecer.
Es necesario antes de todo vencer la resignación, que nos hace aceptar tamaña injusticia como fenómeno natural.
Para vencer la desigualdad, falta voluntad política de aquellos que gobiernan el mundo.
Señores y señoras
Si hoy retorno en la honrosa condición de presidente de Brasil, es gracias a la victoria de la democracia en mi país.
La democracia garantizó que superásemos el odio, la desinformación y la opresión.
La esperanza, nuevamente, venció el miedo.
Nuestra misión es unir a Brasil y reconstruir un país soberano, justo, sostenible, solidario, generoso y alegre.
Brasil está reencontrándose consigo mismo, con nuestra región, con el mundo y con el multilateralismo.
Como no me canso de repetir, Brasil está de regreso.
Nuestro país está de regreso para dar su debida contribución al enfrentamiento a los principales desafíos globales.
Rescatamos el universalismo de nuestra política externa, marcada por el diálogo respetuoso con todos.
La comunidad internacional está sumergida en un torbellino de crisis múltiples y simultáneas: la pandemia de Covid-19; la crisis climática; y la inseguridad alimentaria y energética ampliadas por crecientes tensiones geopolíticas.
El racismo, la intolerancia y la xenofobia se esparcieron, incentivados por nuevas tecnologías creadas supuestamente para acercarnos.
Si tuviésemos que resumir en una única palabra estos desafíos, ella sería desigualdad.
La desigualdad está en la raíz de estos fenómenos o actúa para agravarlos.
La más amplia y más ambiciosa acción colectiva de la ONU dirigida para el desarrollo – la Agenda 2030 – puede transformarse en su mayor fracaso.
Estamos en la mitad del período de implementación y aún distantes de las metas definidas.
La mayor parte de los objetivos de desarrollo sostenible camina a ritmo lento.
El imperativo moral y político de erradicar la pobreza y acabar con el hambre parece estar anestesiado.
En estos siete años que nos restan, la reducción de las desigualdades dentro de los países y entre ellos debería tornarse el objetivo-síntesis de la Agenda 2030.
Reducir las desigualdades dentro de los países requiere incluir a los pobres en los presupuestos nacionales y hacer a los ricos pagar impuestos proporcionales a su patrimonio.
En Brasil, estamos comprometidos a implementar los 17 objetivos de desarrollo sostenible, de manera integrada e indivisible.
Queremos alcanzar la igualdad racial en la sociedad brasileña por medio de un décimo octavo objetivo que adoptaremos voluntariamente.
Lanzamos el plan Brasil sin Hambre, que reunirá una serie de iniciativas para reducir la pobreza y la inseguridad alimentaria.
Entre ellas, está Bolsa Familia, que se convirtió en referencia mundial en programas de transferencia de renta para familias que mantienen a sus niños vacunados y en la escuela.
Inspirados en la brasileña Bertha Lutz, pionera en la defensa de la igualdad de género en la Carta de la ONU, aprobamos la ley que torna obligatoria la igualdad salarial entre mujeres y hombres en el ejercicio de la misma función.
Combatiremos el femicidio y todas las formas de violencia contra las mujeres.
Seremos rigurosos en la defensa de los derechos de grupos LGBTQI+ y personas con discapacidad.
Rescatamos la participación social como herramienta estratégica para la ejecución de políticas públicas.
Señor presidente
Actuar contra el cambio del clima implica pensar en el mañana y enfrentar desigualdades históricas.
Los países ricos crecieron basados en un modelo con altas tasas de emisiones de gases dañinos al clima.
La emergencia climática torna urgente una corrección de rumbos y la implementación de lo que ya fue acordado.
No es por otra razón que hablamos de responsabilidades comunes, pero diferenciadas.
Son las poblaciones vulnerables del Sur Global las más afectadas por las pérdidas y daños causados por el cambio del clima.
Los 10% más ricos de la población mundial son responsables de casi la mitad de todo el carbono lanzado en la atmósfera.
Nosotros, países en desarrollo, no queremos repetir este modelo.
En Brasil, ya probamos una vez y vamos a probar de nuevo que un modelo socialmente justo y ambientalmente sostenible es posible.
Estamos en la vanguardia de la transición energética, y nuestra matriz ya es una de las más limpias del mundo.
El 87% de nuestra energía eléctrica proviene de fuentes limpias y renovables.
La generación de energía solar, eólica, biomasa, etanol y biodiesel crece cada año.
Es enorme el potencial de producción de hidrógeno verde.
Con el Plan de Transformación Ecológica, apostaremos en la industrialización e infraestructura sostenibles.
Retomamos una robusta y renovada agenda amazónica, con acciones de fiscalización y combate a crímenes ambientales.
A lo largo de los últimos ocho meses, la deforestación en la Amazonia brasileña ya fue reducida en 48%.
El mundo entero siempre habló de la Amazonia. Ahora, la Amazonia está hablando por si misma.
Fuimos sede, hace un mes, de la Cumbre de Belém, en el corazón de la Amazonia, y lanzamos una nueva agenda de colaboración entre los países que forman parte de aquel bioma.
Somos 50 millones de suramericanos amazónicos, cuyo futuro depende de la acción decisiva y coordinada de los países que poseen soberanía sobre los territorios de la región.
También profundizamos el diálogo con otros países poseedores de bosques tropicales de África y de Asia.
Queremos llegar a la COP 28 en Dubai con una visión conjunta que refleje, sin ninguna tutela, las prioridades de preservación de las cuencas Amazónica, del Congo y del Borneo-Mekong a partir de nuestras necesidades.
Sin la movilización de recursos financieros y tecnológicos no hay como implementar lo que decidimos en el Acuerdo de París y en el Marco Global de la Biodiversidad.
La promesa de destinar 100 mil millones de dólares – anualmente – para los países en desarrollo permanece solo eso, una promesa.
Hoy este valor sería insuficiente para una demanda que ya llega a los miles de millones de dólares.
Señor presidente
El principio sobre el cual se asienta el multilateralismo – el de la igualdad soberana entre las naciones – está siendo corroído.
En las principales instancias de la gobernanza global, negociaciones en que todos los países tienen voz y voto perdieron aliento.
Cuando las instituciones reproducen las desigualdades, ellas forman parte del problema, y no de la solución.
El año pasado, el FMI ofreció 160 mil millones de dólares en derechos especiales de extracción para países europeos, y solo 34 mil millones para países africanos.
La representación desigual y distorsionada en la dirección del FMI y del Banco Mundial es inaceptable.
No hemos corregido los excesos de la desregulación de los mercados y de la apología del Estado mínimo.
Las bases de una nueva gobernanza económica no fueron lanzadas.
BRICS surgió en la estera de este inmovilismo, y constituye una plataforma estratégica para promover la cooperación entre países emergentes.
La ampliación reciente del grupo en la Cumbre de Johannesburgo fortalece la lucha por un orden que acomode la pluralidad económica, geográfica y política del siglo 21.
Somos una fuerza que trabaja en favor de un comercio global más justo en un contexto de grave crisis del multilateralismo.
El proteccionismo de los países ricos ganó fuerza y la Organización Mundial del Comercio permanece paralizada, en especial su sistema de solución de controversias.
Nadie más se acuerda de la Ronda del Desarrollo de Doha.
Mientras tanto, el desempleo y la precarización del trabajo minaron la confianza de las personas en tiempos mejores, en especial de los jóvenes.
Los gobiernos deben romper con la disonancia cada vez mayor entre la “voz de los mercados” y la “voz de las calles”.
El neoliberalismo agravó la desigualdad económica y política que hoy asola a las democracias.
Su legado es una masa de desheredados y excluidos.
En medio a sus escombros surgen aventureros de extrema derecha que niegan la política y venden soluciones tan fáciles como equivocadas.
Muchos sucumbieron a la tentación de sustituir un neoliberalismo fallido por un nacionalismo primitivo, conservador y autoritario.
Repudiamos una agenda que utiliza a los inmigrantes como chivos expiatorios, que corroe el Estado de bienestar y que invierte contra los derechos de los trabajadores.
Necesitamos rescatar las mejores tradiciones humanistas que inspiraron la creación de la ONU.
Políticas activas de inclusión en los planos cultural, educacional y digital son esenciales para la promoción de los valores democráticos y de la defensa del Estado de Derecho.
Es fundamental preservar la libertad de prensa.
Un periodista, como Julian Assange, no puede ser castigado por informar a la sociedad de manera transparente y legítima.
Nuestra lucha es contra la desinformación y los crímenes cibernéticos.
Aplicaciones y plataformas no deben abolir las leyes laborales por las cuales tanto luchamos.
Al asumir la presidencia del G20 en diciembre próximo, no mediremos esfuerzos para colocar en el centro de la agenda internacional el combate a las desigualdades en todas sus dimensiones.
Bajo el lema "Construyendo un Mundo Justo y un Planeta Sostenible", la presidencia brasileña articulará la inclusión social y el combate al hambre; desarrollo sostenible y reforma de las instituciones de gobernanza global.
Señor presidente,
No habrá sostenibilidad ni prosperidad sin paz.
Los conflictos armados son una afronta a la racionalidad humana.
Conocemos los horrores y los sufrimientos producidos por todas las guerras.
La promoción de una cultura de paz es un deber de todos nosotros. Construirla requiere persistencia y vigilancia.
Es perturbador ver que persisten antiguas disputas no resueltas y que surgen o ganan vigor nuevas amenazas.
Bien lo demuestra la dificultad de garantizar la creación de un Estado para el pueblo palestino.
A este caso se suman la persistencia de la crisis humanitaria en Haití, el conflicto en Yemen, las amenazas a la unidad nacional de Libia y las rupturas institucionales en Burkina Faso, Gabon, Guinea-Conacri, Mali, Níger y Sudán.
En Guatemala, existe el riesgo de un golpe, que impediría la toma de posesión del vencedor de elecciones democráticas.
La guerra de Ucrania muestra nuestra incapacidad colectiva de hacer prevalecer los propósitos y principios de la Carta de la ONU.
No subestimamos las dificultades para alcanzar la paz.
Pero ninguna solución será duradera si no está basada en el diálogo.
He reiterado que es necesario trabajar para crear espacio para negociaciones.
Se invierte mucho en armamentos y poco en desarrollo.
El año pasado los gastos militares sumaron más de 2 mil millones de dólares.
Los gastos con armas nucleares llegaron a 83 mil millones de dólares, valor veinte veces superior al presupuesto regular de la ONU.
Estabilidad y seguridad no serán alcanzadas donde hay exclusión social y desigualdad.
La ONU nació para ser la casa del entendimiento y del diálogo.
La comunidad internacional tiene que escoger:
De un lado, está la ampliación de los conflictos, la profundización de las desigualdades y la erosión del Estado de Derecho.
De otro, la renovación de las instituciones multilaterales dedicadas a la promoción de la paz.
Las sanciones unilaterales causan grandes perjuicios a la población de los países afectados.
Además de no alcanzar sus alegados objetivos, dificultan los procesos de mediación, prevención y resolución pacífica de conflictos.
Brasil seguirá denunciando medidas tomadas sin amparo en la Carta de la ONU, como el embargo económico y financiero impuesto a Cuba y el intento de clasificar a ese país como Estado patrocinador del terrorismo.
Continuaremos críticos a todo intento de dividir el mundo en zonas de influencia y de reeditar la Guerra Fría.
El Consejo de Seguridad de la ONU está perdiendo progresivamente su credibilidad.
Esta fragilidad se deriva en particular de la acción de sus miembros permanentes, que traban guerras no autorizadas en busca de expansión territorial o de cambio de régimen.
Su parálisis es la prueba más elocuente de la necesidad y urgencia de reformarlo, confiriéndole mayor representatividad y eficacia.
Señoras y señores
La desigualdad debe inspirar indignación.
Indignación con el hambre, la pobreza, la guerra, el irrespeto al ser humano.
Solamente movidos por la fuerza de la indignación podremos actuar con voluntad y determinación para vencer la desigualdad y transformar efectivamente el mundo a nuestro alrededor.
La ONU debe cumplir su papel de constructora de un mundo más justo, solidario y fraterno.
Pero solo lo hará si sus miembros tuvieren el coraje de proclamar su indignación con la desigualdad y trabajar incansablemente para superarla.
Muchas gracias.
(*) Comparar con la versión oral