Discurso del presidente Luiz Inácio Lula da Silva en la Cumbre de la Amazonía y países invitados en Belém (PA)
Es una alegría participar de este encuentro en una fecha de gran simbolismo, en que acogemos a invitados especiales. Hoy conmemoramos el Día Internacional de los Pueblos Indígenas, establecido por las Naciones Unidas en 1995.
Después de la excelente Cumbre de los Países Amazónicos realizada ayer, ahora tenemos el privilegio de dialogar con otros países poseedores de bosques tropicales y países y organizaciones asociadas.
Quiero empezar hablando no de bosques, sino solamente de un árbol.
Un árbol majestuoso tan conocido por los habitantes de Belém.
Para nosotros, brasileños, ese árbol tiene el nombre de sumaúma.
Él está presente, con otros nombres, en todos los países amazónicos y en todos los países con bosques tropicales aquí representados.
En Bolivia, es llamada de mapajo; en Ecuador, ceibo; en Guyana, kumaka.
En la Cuenca del Congo, es conocida como fromager, mientras en Indonesia se llama kapok.
La sumaúma es un símbolo del vínculo que nos une.
Sabemos de las expectativas que recaen sobre nosotros con relación al potencial de los bosques tropicales.
Pero nuestros bosques no generarán soluciones para el enfrentamiento del cambio del clima si no fueren capaces de generar soluciones para quien vive en ellos.
Combatir la deforestación y fortalecer la fiscalización y la represión a los ilícitos ambientales son medidas fundamentales, pero no suficientes ante los desafíos existentes.
En Brasil, los municipios donde hay más deforestación también son los municipios con los peores índices de salud, de saneamiento, de educación, de seguridad alimentaria y de violencia.
Son los que registran mayores índices de desigualdad.
La pobreza es un obstáculo a la sostenibilidad.
Necesitamos de una visión de desarrollo sostenible que pone a las personas en el centro de las políticas públicas e inaugure un ciclo de prosperidad basado en el bosque en pie.
Esta Cumbre es el punto de partida para que nuestra Amazonía y los demás bosques tropicales dejen, de una vez por todas, de ser vistas como un problema, y se conviertan en solución.
Son los productos de la sociobiodiversidad que generarán empleo y renta y ofrecerán alternativas a la explotación predatoria de los recursos naturales.
Es conjugando actividad económica con preservación que vamos a disminuir las presiones sobre la vegetación nativa.
Es valorizando a las culturas locales que vamos a promover el turismo sostenible.
Es rescatando los conocimientos y los saberes tradicionales que vamos a fomentar la investigación y la ciencia de punta.
Y es transformando las ciudades en centros de innovación que vamos a agregarle valor a los productos del bosque y apalancar el desarrollo tecnológico.
Señoras y señores,
Las evidencias científicas confirman que el ritmo actual de emisiones de gases de efecto invernadero nos llevará a una crisis climática sin precedentes.
El pasado mes de julio fue el más caliente ya registrado en la historia e incendios se han propagado por varios países.
El planeta se acerca a varios puntos de no retorno.
Los países de las cuencas de la Amazonía, del Congo y del Borneo-Mekong actuarán con determinación para preservar los tres mayores bosques tropicales del mundo.
Pero no se puede hablar de bosques tropicales y cambio del clima sin tratar de la responsabilidad histórica de los países desarrollados.
Fueron ellos que, a lo largo de los siglos, más dilapidaron recursos naturales y más contaminaron el planeta.
Los 10% más ricos de la población mundial concentran más del 75% de la riqueza y emiten casi la mitad de todo el carbono lanzado en la atmósfera.
No habrá sostenibilidad sin justicia.
Tampoco habrá sostenibilidad sin paz.
Los gastos militares, que alcanzaron el récord de 2,2 billones de dólares el año pasado, drenan recursos de que el mundo necesita para la promoción del desarrollo sostenible.
Ante estas disparidades, es fundamental no perder de vista el principio de las responsabilidades comunes, pero diferenciadas.
Esto sigue más válido que nunca, porque refleja equidad, justicia, acción y ambición.
Las obligaciones de apoyo financiero, de cooperación técnico-científica, de transferencia tecnológica, consagradas en las Convenciones de Río del 1992, no están siendo cumplidas.
Desde la COP 15, el compromiso de los países desarrollados de movilizar 100 mil millones de dólares por año en financiamiento climático nuevo y adicional nunca fue implementado.
Y este monto ya no corresponde a las necesidades actuales. La demanda por mitigación, adaptación y pérdidas y daños solo crece.
Quien tiene las mayores reservas forestales y la mayor biodiversidad merece mayor representatividad.
Es inexplicable que mecanismos de financiamiento, como el Fondo Global para el Medio Ambiente, que nació en el Banco Mundial, reproduzcan la lógica excluyente de las instituciones de Bretton Woods.
Brasil, Colombia y Ecuador son obligados a compartir un asiento del consejo del Fondo.
La República del Congo y la República Democrática del Congo son obligadas a compartir un asiento con otros seis países.
Indonesia es obligada a compartir un asiento con otros dieciséis países.
Mientras tanto, países desarrollados, como Estados Unidos, Canadá, Francia, Alemania, Italia y Suecia, ocupan cada uno su propio asiento.
Solucionar la falta de representatividad es un elemento esencial de una propuesta abarcadora y profunda de reforma de la gobernanza global que beneficie a todos los países en desarrollo.
Los servicios ambientales y ecosistémicos que los bosques tropicales suministran para el mundo deben ser remunerados, de forma justa y equitativa.
Nuestra perspectiva debe ser tenida en cuenta en la negociación de un concepto internacional de sociobioeconomía que nos permita certificar productos y generar oportunidades para nuestra población.
Los países poseedores de bosques tropicales heredaron del pasado colonial un modelo económico predatorio.
Un modelo basado en la explotación irracional de los recursos naturales, en la esclavitud y en la exclusión sistemática de las poblaciones locales.
Los efectos son sentidos por nuestros países hasta hoy.
No podemos aceptar un neocolonialismo verde que, bajo el pretexto de proteger el medio ambiente, impone barreras comerciales y medidas discriminatorias y desconsidera nuestros marcos normativos y políticas domésticas.
Lo que necesitamos para dar un salto de calidad es de financiamiento de largo plazo y sin condicionalidades para proyectos de infraestructura e industrialización verdes.
Reformar el sistema también requiere una solución duradera para el endeudamiento externo que aflige a tantos países en desarrollo.
En la presidencia brasileña del G20, que tendrá inicio el día primero de diciembre, colocaremos al desarrollo sostenible y a la reducción de las desigualdades en el centro de la agenda internacional.
Tenemos solo 7 años para alcanzar los Objetivos de la Agenda 2030.
Es hora de que nuestros países se unan. Es hora de despertar para la urgencia del problema del cambio climático.
Si no actuamos ahora, no alcanzaremos la meta de evitar que la temperatura suba más que un grado y medio en relación a los niveles anteriores a la Revolución Industrial.
La COP30, que también sucederá aquí en Belém, en el 2025, será un marco tan importante como fue la COP21 en el 2015, cuando fue adoptado el Acuerdo de París.
Todos los países presentarán su segunda ronda de compromisos de reducción de emisiones. Talvez sea nuestra última oportunidad de garantizar un clima estable para el planeta Tierra.
Brasil liderará por el ejemplo, invitando a todos para ir, juntos, de Belém a Belém.
Quiero invitar especialmente a otros países con bosques tropicales para que se sumen a este esfuerzo.
La Declaración Conjunta que adoptaremos hoy será el primer paso para una posición común ya en la COP28, este año, con vistas a la COP30.
Junto con nuestros compañeros de África y de Asia, podemos profundizar los cambios de experiencias sobre la protección de los bosques y su manejo sostenible.
También podemos liderar la promoción de cadenas de productos forestales libres de deforestación y fortalecer acciones globales en favor del Marco Global para la Biodiversidad.
Compañeras y compañeros,
Quiero terminar trayendo las palabras de un gran pensador indígena de la Amazonía, el chamán Davi Kopenawa, uno de los líderes del pueblo Yanomami.
Él escribió un libro bellísimo llamado La caída del cielo, y una de las cosas que él dice es lo siguiente: “Los blancos no sueñan tan lejos como nosotros. Duermen mucho, pero solo sueñan con ellos mismos”.
En mi pronunciamiento de ayer, dije que en Belém nacería un sueño amazónico.
Estoy seguro de que, después de este encuentro, cada uno aquí será capaz de soñar lejos.
Muchas gracias.