Discurso del Presidente de la República, Luiz Inácio Lula da Silva, en la clausura del Encuentro Técnico-Científico Amazonico, en Colombia
Cuando recibí la invitación del presidente Petro para participar de esta reunión, me pareció excelente la idea de iniciar aqui en Letícia los trabajos preparatorios para la reunión de Belém.
Esta es la primera vez en la historia que Brasil y Colombia cuentan, al mismo tiempo, con gobiernos progressistas y que comparten el compromiso de poner la Amazonía en el centro de sus políticas.
Tenemos mucho en común. Somos dos grandes democracias pluriculturales, marcadas por el valioso aporte de los pueblos indígenas y afrodescendientes.
Es natural que dos países que comparten una frontera de más de mil seiscientos kilómetros y tienen las dos poblaciones más grandes de Sudamérica se acerquen.
Recién llegué de la triple frontera en la Cuenca del Plata, donde participé de la Cumbre del Mercosur, para estar ahora en otra triple frontera, en la Amazonía, para lanzar los preparativos de una nueva Cumbre.
Estos son dos grandes ejes de la integración sudamericana. Y están fuertemente entrelazados.
Lo que se hace en un rincón de Sudamérica repercute en otro. Por eso nuestra cooperación es tan importante.
La deforestación en la Amazonía afecta las precipitaciones en el Cono Sur, amenazando el suministro de agua para el consumo humano y las actividades económicas.
En este encuentro técnico-científico se abordaron temas fundamentales, como la protección de los pueblos indígenas, la promoción de la ciencia, la tecnología y la innovación, la bioeconomía y la lucha contra los delitos transnacionales.
Hablar de la Amazonía es hablar de superlativos. Es la selva tropical más grande del mundo, es el hogar del 10% de todas las especies de plantas y animales del planeta.
Tiene 50 millones de habitantes, con 400 pueblos indígenas que hablan 300 idiomas diferentes.
Posee la reserva de agua dulce más grande del planeta, incluyendo un verdadero océano subterráneo.
Ocupa el 40% del territorio de América del Sur y, si fuera un país, sería el séptimo más grande del mundo, por detrás de Australia y por delante de India.
En sus seis millones trescientos mil kilómetros cuadrados cabrían los 27 países de la Unión Europea, más Reino Unido, Noruega, Turquía, Japón, Corea del Sur y Nueva Zelanda.
Los países amazónicos tienen dos desafíos que enfrentar juntos.
Uno de ellos es institucional y se refiere al fortalecimiento de la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica.
El otro es político, y se refiere a la construcción de una nueva visión de desarrollo sostenible para la región.
La semana pasada celebramos el 45º. aniversario de la firma del Tratado de Cooperación Amazónica.
El Tratado fue una iniciativa pionera, pero concebida desde una perspectiva que ya no tiene sentido. Su objetivo era protegernos de la presión de actores ajenos a la región.
Impulsados por el debate sobre el medio ambiente y el desarrollo sostenible de los años 1990, lo que era solo un Tratado evolucionó y creamos la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica (OTCA) en 1998.
Así surgió la única organización socioambiental del mundo, que también es la única con sede en Brasil.
Hoy, la OTCA es una herramienta que, en lugar de aislarnos, tiene la capacidad de proyectarnos hacia el centro del desafío más importante de nuestro tiempo: el cambio climático.
Reúne a ocho países - Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Guyana, Perú, Surinam y Venezuela - y cubre una amplia gama de temas, incluidos los pueblos indígenas, la salud, el turismo, la infraestructura y el transporte, y su correlación con el medio ambiente.
Durante todos estos años, la OTCA no ha recibido la atención que merece. La Cumbre de Belém será un momento de corrección de rumbo.
La apertura a las autoridades locales y la sociedad será un componente esencial de esta nueva OTCA. Es necesario valorar el papel de alcaldes, gobernadores y parlamentarios. No se puede hacer política pública sin la participación de quienes conocen el territorio.
Para ello queremos formalizar el Foro de Ciudades Amazónicas y el Parlamento Amazónico.
Con la realización de los Diálogos Amazónicos en los días previos a la Cumbre de Belém, reuniremos a la sociedad civil y la academia en sesiones que resultarán en recomendaciones para acciones concretas.
Para traducir en términos prácticos este impulso político, pretendemos institucionalizar el Observatorio Regional Amazónico, que sistematizará y monitoreará los datos de todos los países para orientar a las políticas públicas y hacerlas más efectivas.
La Sala de Situación del Observatorio produce, en tiempo real, boletines y alertas sobre sequías, inundaciones, lluvias, incendios y contaminación del agua, que ayudan a salvar vidas.
Queremos establecer un comité de expertos en la Amazonía, inspirados en el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), para generar conocimiento y producir recomendaciones con base científica.
La formación de redes de contacto entre universidades e instituciones de investigación contribuirá a estimular la producción de conocimiento local, dinamizar las economías y generar oportunidades para nuestra juventud, que tanto carece de alternativas de estudio y trabajo.
Podemos hacer mucho si le damos a la OTCA lineamientos claros y recursos adecuados.
A través de una coalición de bancos de desarrollo y de la movilización de recursos públicos y privados, impulsaremos actividades productivas locales sostenibles, como la agricultura familiar, la pesca artesanal, los proyectos agroforestales y las redes de emprendimiento, especialmente femenino.
Cuidar la Amazonía es, al mismo tiempo, un privilegio y una responsabilidad.
Hace unos días participé en un festival que reunió a miles de personas al pie de la Torre Eiffel en París.
Muchos de los presentes, especialmente los jóvenes, están preocupados por el futuro de la Amazonía. Esta preocupación es legítima, ya que el bioma es de interés para toda la humanidad.
Sin embargo, nos toca a nosotros decidir cómo darle una vida digna a nuestra gente y cómo preservar nuestra bosque y nuestra biodiversidad.
La Cumbre de Belém será una plataforma para que los ocho países amazónicos asuman su rol protagónico en la búsqueda de soluciones compartidas.
En Brasil aprendimos la importancia de articular diferentes sectores en torno a un objetivo común. Gracias al Plan de Acción para la Prevención y Control de la Deforestación en la Amazonía Legal, redujimos la deforestación en un 83% entre 2004 y 2012. Y lo logramos aumentando la productividad agrícola en la región.
Relanzamos el Plan en enero de este año y ya podemos ver los resultados. Las alertas de deforestación en la Amazonía tuvieron una reducción de 33,6% en este primer semestre.
Mi gobierno eliminará la deforestación ilegal para el 2030. Este es un compromiso que los países amazónicos podemos asumir juntos en la Cumbre de Belém.
Hay muchas otras áreas en las que podemos cooperar.
Es fundamental combatir el hambre en la región amazónica. En todos nuestros países, estos territorios tienen los índices más altos de inseguridad alimentaria.
En salud, podemos desarrollar acciones conjuntas, como medidas para garantizar el acceso a vacunas, medicamentos y atención médica.
También necesitamos proteger la propiedad intelectual y prevenir la biopiratería en la Amazonía, desarrollando y articulando nuestros sistemas nacionales para el uso del patrimonio genético y el conocimiento tradicional.
Si las fronteras no son obstáculos para la criminalidad, nuestros sistemas policiales y de justicia tienen que trabajar en la prevención, investigación y enfrentamiento de estos delitos.
Con este enfoque, pronto estableceremos el Centro de Cooperación Policial Internacional de la Amazonía en Manaus.
La creación de un Sistema de Control de Tráfico Aéreo integrado también será importante para interrumpir las rutas utilizadas por el crimen organizado.
Todos sufrimos la presencia de delincuentes involucrados en la tala, minería, caza y pesca ilegales y la ocupación ilegal de tierras públicas.
Ante la ausencia del Estado, el narcotráfico se propaga y se convierte en vector de delitos ambientales. Los pueblos indígenas, como los Yanomami, son víctimas de la explotación ilegal de sus tierras.
Nuestros jóvenes, en el campo, en la selva y en las ciudades, son presa fácil de las facciones criminales, que crecen en las cárceles y más allá afuera.
También hay que dedicar una mirada especial a situación de las niñas y mujeres amazónicas. La violencia de género y la explotación sexual no pueden tolerarse. Y las líderes mujeres deben ser escuchadas.
Quienes protegen a la Amazonía merecen ser protegidos. Si el bosque sigue en pie hoy en día es en gran parte gracias a los pueblos indígenas, las comunidades tradicionales y los defensores de la causa ambiental.
Nombres como Chico Mendes, Sister Dorothy Stang, Bruno Pereira y Dom Phillips son emblemáticos de esta historia de violencia que aqueja a la Amazonía brasileña.
Estos son solo algunos de nuestros desafíos y áreas en las que podemos trabajar juntos.
A ellos se suma la coordinación en foros multilaterales.
Tenemos que unir fuerzas en las discusiones internacionales que nos conciernen directamente. Nuestra voz debe ser escuchada con fuerza en las conferencias sobre el clima, la biodiversidad y la desertificación y en los debates sobre el desarrollo sostenible.
Ya podemos identificar posiciones comunes para la COP28 del clima, este año, en diálogo con otros países que también tienen bosques tropicales, como Indonesia y la República Democrática del Congo (Kinshasa).
Con la República del Congo (Brazzaville), podemos trabajar para reunir las cuencas tropicales más grandes del mundo.
El principio de responsabilidades comunes pero diferenciadas sigue siendo central.
Tendremos que exigir, juntos, que los países ricos cumplan con sus compromisos, incluida la promesa hecha en Copenhague en 2009 de 100 mil millones de dólares al año para la acción climática.
Después de todo, históricamente han emitido la mayoría de los gases de efecto invernadero.
Quien tiene las mayores reservas forestales y la mayor biodiversidad merece una mayor representación.
Es inexplicable que mecanismos internacionales de financiación, como el Fondo para el Medio Ambiente Mundial, que nació en el Banco Mundial, reproduzcan la lógica excluyente de las instituciones de Bretton Woods.
Brasil, Colombia y Ecuador deben compartir un asiento en el directorio del Fondo, mientras que países desarrollados como Estados Unidos, Canadá, Francia, Alemania, Italia y Suecia ocupan cada uno su propio asiento.
En otros foros, también hay que tener en cuenta nuestra visión. Nos corresponde trabajar, en la FAO, por la definición de un concepto internacional de bioeconomía que nos permita certificar los productos de nuestra socio-biodiversidad y generar empleo e ingresos para nuestra población.
La COP30 del clima en 2025, también en Belém, será una valiosa oportunidad para que el mundo conozca la verdadera Amazonía. Mucha gente no imagina, por ejemplo, que la mayor parte de la población amazónica es urbana.
De los 26 millones de personas que viven en la Amazonía brasileña, 12 millones viven en ciudades con más de 100 mil habitantes.
Estas personas necesitan infraestructura adecuada, educación y alternativas de vida sostenibles, que pueden provenir de fuentes como el turismo o inversiones en ciencia, tecnología e innovación.
La selva tropical no puede ser vista únicamente como un santuario ecológico. El mundo debe preocuparse por el derecho al buen vivir de los habitantes de la Amazonía. Después de todo, el desarrollo sostenible tiene tres dimensiones inseparables: económica, social y ambiental.
Una transición ecológica justa requiere recursos adecuados y transferencia de tecnología. No puede basarse en la explotación depredadora de los recursos naturales, como los minerales críticos, ni puede justificar un nuevo proteccionismo. En resumen, no puede servir de fachada al neocolonialismo.
La descarbonización no debe profundizar las desigualdades entre países, reeditando la relación de dependencia entre centro y periferia.
Mi sueño es que la Amazonía se convierta en un ejemplo de desarrollo sostenible, mostrando al mundo cómo es posible conciliar la prosperidad económica con la protección del medio ambiente y el bienestar social.
Quiero una Amazonía incluyente, con pleno respeto a las aspiraciones de las mujeres, los jóvenes, los pueblos indígenas y comunidades tradicionales y toda la población del campo, la selva y las aguas.
Eso es lo que vamos a empezar a construir juntos en la Cumbre de los Países Amazónicos. Agradezco una vez más a Colombia por apoyarnos en este camino y espero verlos a todos en Belém.
Muchas gracias.