Discurso del presidente de la República, Luiz Inácio Lula da Silva, durante la apertura de la Cumbre del G20
El cosmonauta Yuri Gagarin, cuando miró a través de la escotilla de su nave y vio por primera vez nuestro planeta en todo su esplendor, no contuvo su encantamiento, y dijo: “La Tierra es azul”.
Siete décadas más tarde, las fotografías enviadas por Chandrayaan-3 que India aterrizó recientemente en el polo sur de la Luna no dejan dudas: vista desde el alto, la Tierra continúa azul y linda.
Sin embargo, la falta de compromiso con el medio ambiente nos lleva a una emergencia climática sin precedentes.
El calentamiento global modifica el régimen de lluvias y sube el nivel de los mares.
Las sequías, inundaciones, tempestades e incendios se vuelven más frecuentes y reducen la seguridad alimentaria y energética.
Ahora mismo, en Brasil, al estado de Rio Grande do Sul lo afectó un ciclón que dejó miles de desabrigados y decenas de víctimas fatales.
Si no actuamos con sentido de urgencia, esos impactos serán irreversibles.
Ni todos sienten de la misma manera los efectos del cambio climático.
Los más afectados son los más pobres, las mujeres, los indígenas, los adultos mayores, los niños, los jóvenes y los emigrantes.
Quienes más contribuyeron históricamente para el calentamiento global deben responsabilizarse por los costos más altos de combatirlo.
Esta es una deuda acumulada a lo largo de dos siglos.
Desde la COP de Copenhague, los países ricos deberían proveer 100 mil millones de dólares por año para la financiación climática nueva y adicional a los países en desarrollo.
Nunca se ha cumplido la promesa.
De nada servirá que el mundo rico llegue a las COPs del futuro vanagloriándose de sus reducciones en las emisiones de carbono si se continúan transfiriendo las responsabilidades al Sur Global.
Recursos no faltan. El año pasado, el mundo gastó 2,24 mil millones de dólares en armas. A esa montaña de dinero se la podría estar canalizando para el desarrollo sustentable y la acción climática.
En Brasil, estamos poniendo de nuestra parte.
La protección de la floresta y el desarrollo sustentable de Amazonia están entre las prioridades de mi gobierno.
En los primeros 8 meses de este año redujimos la deforestación en unos 48 % con relación al mismo período del año pasado.
Fuimos sede, hace un mes, de la Cumbre Amazónica y lanzamos una nueva agenda de colaboración entre los países que forman parte de aquel bioma.
También profundizamos el diálogo con otros países detentores de florestas tropicales de África y de Asia, para articular posiciones comunes entre las cuencas Amazónica, del Congo y de Borneo-Mekong.
No basta mirar las fotos de satélite. Debajo de cada árbol, hay una mujer, un hombre y un niño.
Las energías renovables, los biocombustibles, la socio-bio-economía, la industria verde y la agricultura de bajo carbono deben generar empleos y renta, incluso para las comunidades locales y tradicionales.
El G20 debe impulsar ese esfuerzo, respetando el concepto de responsabilidades comunes, pero diferenciadas y valorando todas las tres convenciones de Rio 92: de clima, biodiversidad y desertización.
La mejor forma de que seamos ambiciosos es garantizar el éxito del Ejercicio de Evaluación Global del Acuerdo de París, en la COP 28, y de la negociación de nuevas metas cuantitativas.
Para complementar ese esfuerzo, lanzaremos, en nuestra presidencia del G20, un Grupo de Trabajo para la Movilización Global contra el Cambio Climático.
Queremos llegar a la COP 30, en 2025, con una agenda climática equilibrada entre mitigación, adaptación, pérdidas y daños y financiación, asegurando la sustentabilidad del planeta y la dignidad de las personas.
Esperamos contar con el compromiso de todos para que la belleza de la Tierra no sea solo una fotografía vista desde el espacio.
Muchas gracias.