Brasil frustró un intento de golpe. Lo que aprendimos
BRASILIA – Hoy, 8 de enero, se cumple un año desde que la resiliencia de la democracia brasileña fue severamente puesta a prueba. Una semana después de la toma de posesión de un nuevo gobierno, grupos extremistas irrumpieron en las sedes de los tres Poderes de la República. Impulsados por mentiras y desinformación, rompieron ventanas, destruyeron objetos históricos y obras de arte, mientras transmitían sus actos a través de la Internet.
Mostraron un desprecio por la democracia similar al de los invasores del Capitolio en Estados Unidos el 6 de enero de 2021.
Afortunadamente, el intento de golpe fracasó. La sociedad brasileña ha rechazado las invasiones y, en el último año, el Congreso Nacional, el Supremo Tribunal Federal y el Poder Ejecutivo han dedicado sus esfuerzos a esclarecer los hechos y exigir responsabilidades a los invasores.
Este intento de golpe fue la culminación de un largo proceso promovido por líderes políticos extremistas para generar descrédito en la democracia para su propio beneficio. El sistema electoral brasileño, reconocido internacionalmente por su integridad, fue puesto en duda por quienes se eligieron por ese mismo sistema. En Brasil, reclamaban de la urna electrónica como en Estados Unidos reclamaban del voto por correo, sin ninguna evidencia. El objetivo de estas falsas ilaciones era descalificar la democracia, para su perpetuación en el poder de forma autocrática.
Sin embargo, la democracia brasileña prevaleció y salió más fuerte.
En este regreso a la Presidencia después de 12 años, la unión del país y la reconstrucción de políticas públicas exitosas han sido los objetivos de mi gobierno.
Mejorar la vida de las personas es la mejor respuesta contra los extremistas que han atacado la democracia.
La deforestación de la Amazonia, que crecía en el gobierno anterior, retrocedió más del 50% en 2023. Hemos retomado políticas contra la pobreza como el programa Bolsa Familia, que garantiza ingresos a las madres que mantienen a sus hijos escolarizados y vacunados. Nuestra economía creció 3 veces más en 2023 de lo previsto por el FMI y se convirtió en el segundo mayor destino de inversión externa directa en el mundo, según datos de la OCDE.
Brasil, con sus compromisos democráticos, ha vuelto a la escena internacional sin la negación del cambio climático y el desprecio por la ciencia del gobierno anterior, que le costó la vida a cientos de miles de brasileños en la pandemia de COVID-19.
El mundo vive hoy un momento contradictorio. Los desafíos globales requieren compromiso y cooperación entre las naciones. Nunca hemos estado tan integrados y conectados. Al mismo tiempo, tenemos cada vez más dificultades para dialogar, respetar las diferencias y llevar a cabo acciones conjuntas.
Las sociedades están tomadas por el individualismo y las naciones se distancian unas de otras dificultando la promoción de la paz y el enfrentamiento de problemas complejos: crisis climática; inseguridad alimentaria y energética; tensiones geopolíticas y guerras; crecimiento del discurso de odio y xenofobia.
Estos son problemas alimentados por la desigualdad a escala global, entre las naciones y dentro de cada una de ellas.
En las últimas décadas, un modelo de desarrollo económico excluyente ha concentrado ingresos, fomentado frustraciones, reducido derechos de los trabajadores y alimentado la desconfianza hacia las instituciones públicas.
La desigualdad sirve como terreno fértil para la proliferación del extremismo y la intensificación de la polarización política. Cuando la democracia no proporciona bienestar a las personas, los extremistas promueven la negación de la política y la incredulidad en las instituciones.
La erosión de la democracia se ve agravada por el hecho de que las principales fuentes de información e interacción de las personas están mediadas hoy por aplicaciones digitales que se desarrollaron para obtener ganancias, no para la convivencia democrática. El modelo de negocio de las Big Tech, que prioriza la participación y la captura de atención, promueve contenido inflamatorio y fortalece discursos extremistas, favoreciendo fuerzas antidemocráticas que actúan en redes internacionalmente coordinadas.
Es aún más preocupante que nuevas aplicaciones de inteligencia artificial, además de agravar el escenario de desinformación, puedan promover discriminación, generar desempleo y afectar derechos.
Estas cuestiones tecnológicas, sociales y políticas están integradas. Fortalecer la democracia depende de la capacidad de los Estados para enfrentar las desigualdades estructurales y promover el bienestar de la población, pero también para avanzar en el enfrentamiento de los factores que alimentan el extremismo violento.
Otros días como el 6 u 8 de enero sólo se evitarán transformando la realidad de la desigualdad y la precariedad laboral. Esta preocupación motivó la alianza para la promoción del trabajo digno que inicié con el presidente Biden en septiembre pasado, con el apoyo de la Organización Internacional del Trabajo.
También necesitamos acciones globales para promover la integridad de la información y el desarrollo y uso inclusivo y humanista de la inteligencia artificial. Actualmente, las Naciones Unidas, la UNESCO y otros organismos internacionales están realizando esfuerzos para abordar estos problemas.
Brasil asumió la presidencia del G20 en diciembre pasado, y colocamos la lucha contra las desigualdades en todas sus dimensiones en el centro de nuestra agenda bajo el lema "Construyendo un mundo justo y un planeta sostenible". Espero que los líderes políticos puedan reunirse en Brasil a lo largo de este año, buscando soluciones colectivas a estos desafíos que afectan a toda la humanidad.
enlace a la publicación original (Washington Post)