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Discurso del presidente Lula en el evento paralelo a la Asamblea General de la ONU, "En defensa de la democracia. Luchando contra el extremismo"
Quiero agradecer a quienes acudieron a la invitación que el presidente Pedro Sánchez y yo hicimos para participar en esta reunión.
No pretendo presentar aquí un diagnóstico exhaustivo de las amenazas a las que nos enfrentamos.
Pero es innegable que la democracia vive actualmente su momento más crítico desde la Segunda Guerra Mundial.
En Brasil y en los Estados Unidos, las fuerzas totalitarias han promovido acciones violentas para impugnar el resultado de las urnas.
En América Latina, las noticias falsas erosionan la confianza y afectan los procesos electorales.
En Europa, una mezcla explosiva de racismo, xenofobia y campañas de desinformación pone en peligro la diversidad y el pluralismo.
En África, los golpes de Estado demuestran que el uso de la fuerza para derrocar gobiernos sigue reflejando los resquicios del colonialismo.
Entender por qué la democracia se ha convertido en un blanco fácil para la extrema derecha y sus falsas narrativas es un desafío compartido.
El extremismo es un síntoma de una crisis más profunda con múltiples causas.
La democracia liberal ha demostrado ser insuficiente y ha frustrado las expectativas de millones de personas.
Se ha convertido en un ritual que repetimos cada cuatro o cinco años.
Un modelo que trabaja para el gran capital y abandona a los trabajadores a su suerte no es democrático.
Un sistema que favorece a los hombres blancos y desampara a las mujeres negras es inmoral.
La abundancia para unos pocos y el hambre para muchos en el siglo XXI es la antesala del totalitarismo.
Nuestra lucha consiste en conseguir que la democracia vuelva a ser percibida como la vía más eficaz para conquistar y hacer efectivos los derechos.
Para devolver la esperanza a millones de personas desheredadas por la globalización, tenemos que poner la economía al servicio del pueblo.
Esto no significa acabar con el libre mercado, pero sí recuperar el papel del Estado como planificador del desarrollo sostenible y como garante del bienestar y de la equidad.
La libertad de expresión es un derecho fundamental y uno de los pilares centrales de una democracia sana, pero no es absoluta.
Encuentra sus límites en la protección de los derechos y libertades de los demás y del propio orden político.
Las tecnologías digitales ayudan a promover y difundir el conocimiento, pero también agravan los riesgos para la convivencia civilizada entre las personas.
Las redes digitales se han convertido en un terreno abonado para los discursos de odio misóginos, racistas y xenófobos que se cobran víctimas cada día.
Nuestras sociedades estarán bajo amenaza constante mientras no seamos firmes a la hora de regular las plataformas y el uso de la inteligencia artificial.
Ninguna empresa de tecnología o individuo, por muy ricos que sean, pueden considerarse por encima de la ley.
Deben responder de los contenidos que difunden.
Tenemos ante nosotros nuevos desafíos para los que aún no hemos encontrado respuestas.
La extrema derecha también se ha hecho electoralmente viable organizando a los descontentos en torno a un discurso de identidad a la inversa. Culpan a los inmigrantes, las mujeres y las minorías de los problemas actuales.
Y lo hacen forzando los límites de las instituciones democráticas.
Ceder ante estas narrativas es caer en una trampa.
Retroceder no aplacará el ánimo violento de quienes atacan la democracia para silenciar y arrebatar los derechos.
No hay contradicción entre cohesión social y respeto a la diversidad. El pluralismo nos fortalece.
La democracia en su plenitud es la base para promover sociedades pacíficas, justas e inclusivas, libres del miedo y de la violencia.
Es fundamental para un mundo de paz y prosperidad.
La Historia nos ha enseñado que la democracia no puede imponerse.
Se construye en cada pueblo y en cada país.
Para restaurar su legitimidad, necesitamos recuperar su esencia, no solo su forma.
La participación social es una de las principales vías para fortalecer la identidad democrática.
La democracia no es un pacto de silencio.
Tenemos que escuchar a los movimientos sociales, los estudiantes, las mujeres, los trabajadores, los empresarios, las minorías raciales, étnicas y religiosas.
También es imprescindible proteger a quienes defienden los derechos humanos, el medio ambiente y la democracia.
La experiencia brasileña demuestra que el equilibrio entre los poderes constituidos y la resiliencia y el fortalecimiento de las instituciones son cruciales para proteger estos principios.
Solamente una democracia revitalizada nos permitirá dirimir los dilemas de nuestras sociedades y del mundo contemporáneo.
Muchas gracias.